martes, 29 de mayo de 2018

Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla



Nadie mejor que Fernando Aramburu para presentar el libro que comentamos hoy en el Club Matinal. Su disección del argumento y de sus personajes así como de la técnica narrativa empleada por su autor es suficiente para introducir la entrada en este blog. Yo no lo podría ampliar ni mucho menos mejorar. Reproducimos, por tanto, el artículo publicado en Babelia el 16 de noviembre de 2016.

Cierto día tormentoso del siglo XX, un carguero inglés encalla en la costa vizcaína de La Galea. Reventado el casco, una gran cantidad de carbón se desparrama “como el pus negro de una herida” por las peñas. Tal es el arranque de Las ciegas hormigas, la novela con la que en 1960 Ramiro Pinilla, escritor hasta entonces desconocido, obtuvo el Premio Nadal.

Son los del relato de Pinilla años de privaciones. La posguerra franquista no se nombra, pero se entrevé a cada trecho de la novela en el orden social descrito. Un número indeterminado de lugareños de Algorta y aledaños se pone en camino para cargar en carros todo el carbón que se pueda. Es una noche inclemente de viento, lluvia y sendas embarradas. Al hormigueo febril se suman los Jauregui (Jáuregui, con tilde, en la edición original), empujados por el laborioso, el inflexible Sabas, patriarca de un viejo caserío.

Sabas Jauregui es tan dueño y señor de los suyos como de la novela de Ramiro Pinilla. De hecho, la desencadena y la sostiene hasta el final con su obsesión por acabar la tarea empezada y con su perseverancia de hierro. No hay adversidad que lo detenga, ni tan siquiera la muerte por despeñamiento de su hijo Fermín, suceso a partir del cual lo que en principio no era sino un hurto justificado por la necesidad se convierte en una empresa de dimensiones épicas. Tampoco hay espacio en Sabas para la culpa. Para ello haría falta una conciencia y, por tanto, una dimensión interior propicia a la actividad reflexiva, lo que obstaculizaría gravemente el trabajo que proporciona al personaje central de la novela su razón de existir.

Las ciegas hormigas incorpora con acierto la técnica narrativa empleada por William Faulkner en Mientras agonizo. El traslado de un cadáver en el carro representa una concomitancia acaso menor. Lo esencial en la novela de Pinilla, como en la de Faulkner, es que la historia consiste en la concatenación de los sucesivos monólogos de quienes participan en ella. Cada cual aporta su particular perspectiva, a excepción de Sabas Jauregui. Todo lo que averiguamos de él nos lo transmiten sus familiares y conocidos, a menudo desde actitudes que le son abiertamente hostiles, que incluso entrañan odio.

La grandeza de la novela coincide con la suya de protagonista que pone en movimiento a los demás actores. Hombre de una pieza, Sabas Jauregui no experimenta transformación alguna en el curso de 300 páginas. No tiene tiempo de ser otro que el que siempre ha sido. Menosprecia el ocio, la locuacidad (que también disgustaba a Pinilla) y cualquier afición improductiva. Y aun se diría que, siendo consciente de las repercusiones nefastas de su ajetreo y del fracaso de su empresa, no se abstendría de repetir idéntica temeridad en el futuro. Su fortaleza narrativa procede del dinamismo de que está dotado, motivo por el que a cuantos caen dentro de su radio de acción (principalmente su esposa, su cuñado y sus hijos) les sucedan las desventuras y peripecias que alimentan la trama de la novela.

Sabas Jauregui ya estaba poseído de joven por la tenacidad. Especialmente ilustrativo se me figura a este respecto el modo como encontró mujer. Ella, Josefa, evoca los tiempos lejanos en que una vez por semana Sabas le pedía baile y ella lo rechazaba. Así durante meses, hasta un día en que, apagadas las bombillas de la plaza, sin música, él la saca a bailar con no muchos miramientos y le comunica sin el menor asomo de ternura que ya ha empezado a hacer la cama y el armario. ¿Resistirse? Josefa lo intenta. Incluso se arrima a otro hombre; pero es inútil oponerse a una fuerza implacable que la arrastra igual que a una raptada al matrimonio.

Sabas Jauregui ni muestra ni comunica sentimientos. Lo mismo que carga sacos de carbón o da de comer a la vaca, engendró a sus cinco hijos, los cuales siempre lo trataron de usted. Es, para todos, inabordable; un poco menos para su predilecto, Ismael, el hijo adolescente sobre quien recae el peso mayor de la narración. Otros hombres tienen amigos; Sabas sólo se relaciona con sus obligaciones. Esta condena al trajín incesante, propio de hormigas, no es incompatible con la astucia. Se le da bien planear, prever, calcular las posibles consecuencias. Luego, enseguida decide. No le queda otro remedio. No tiene otra forma de combatir aquello que más teme: el pensamiento y la duda.
Ahora bien, una cosa es no mostrar afecto y otra no sentirlo. Estaba la madre dolorida junto al hijo muerto y Sabas, de pronto, la besó en silencio. Ismael, que es quien narra la sorprendente escena, dice: “En esta tierra donde vivo, de sentimientos tan escondidos, una forma de mostrar la virilidad o disimular la timidez es la rudeza”. Algo del tesón inquebrantable de Sabas se le debió de pegar a Ramiro Pinilla durante los casi 20 años que estuvo escribiendo su monumental novela Verdes valles, colinas rojas, y también algo del Sabas secretamente afectuoso cuando nos exhortaba (a mí en dos ocasiones) a decirles a nuestros padres que los queríamos antes que fuera demasiado tarde.

Si queréis leer más de este interesante autor (la trilogía Verdes valles, colinas rojas es una buena idea como lectura  para el verano que se aproxima) tenemos sus obras en la biblioteca: bit.ly/RamiroPinilla









jueves, 17 de mayo de 2018

Los otros son más felices, de Laura Freixas



¡Ya no nos queda nada por comentar!  Es la expresión que nos acompaña en los finales de curso y busco y rebusco, preguntando a los demás coordinadores de clubes de lecturas si han terminado con algún libro interesante y me lo pueden pasar.  Teresa Sandoval (gracias desde aquí, Teresa) me ofrece a Laura Freixas y yo (ignorante) no había leído nada de ella. Acaparo  rauda y veloz Los otros son más felices y pienso en el título… ufff, no sé, no sé. Pero no tengo otro libro que ofrecer. Me lanzo. 

Empiezo a leerlo y es como si me teletransportara a un pasado remoto. Mi madre, mi abuela, el verano en el pueblo, los parientes de Barcelona, los emigrantes en Francia (¡qué nivelón!)… y de ahí para delante  viajo con Áurea a La Tramontana e imagino con ella. Porque Áurea es la protagonista de esta novela, una chica madrileña de 14 años a la que su madre manda a veranear con unos supuestos parientes ricos que viven en la Costa Brava. Acostumbrada a pasar las vacaciones estivales en un pueblecito de La Mancha profunda, el contraste entre las dos entidades físicas y de sus habitantes le impacta profundamente y cuando regresa a Madrid ya no es la misma: el escenario familiar y cotidiano se le presenta aburrido y hasta grosero. Las comparaciones son inevitables y la huella que dejan en ella los habitantes de La Tramontana perdurará hasta el final de la novela. Realiza un minucioso retrato de la alta burguesía catalana y la clase  baja castellana siguiendo una línea autobiográfica.  No he dicho nada y lo digo todo. No desvelaré más. 

Quiero apuntar algo sobre el estilo; quizás confunda un poco al principio identificar la voz narrativa y a quién interpela en el diálogo, porque toda la novela es una conversación en la que sólo escuchamos la voz del narrador que contesta a las supuestas preguntas que le hace una segunda persona y que hasta la mitad no sabemos de  quien se trata. Os animo a leerla  y bucear en vuestro pasado, seguro que recordaréis acontecimientos que creíais olvidados.

Laura Freixas Revuelta (Barcelona, 1958) es una escritora española, autora de novelas y ensayos, así como crítica literaria y articulista en diversos medios. Fundadora en 1987 de la colección literaria El espejo de tinta, que dirige hasta 1994, destaca también por su labor investigadora y promotora de la literatura escrita por mujeres, en cuyo contexto funda en el año 2009 Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género, organización de la que desde enero de 2017 es presidenta de honor.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Léon y Louise, de Alex Capus



Con un principio casi cinematográfico esta novela consigue seducir al lector apremiando a continuar su lectura. No esperemos una obra maestra de la literatura, por muchos premios que haya recibido, pero concedámosle el mérito de conseguir una buena articulación en el argumento,  la creación de una historia atrayente, una descripción más que aceptable de la sociedad parisina sufridora del impacto de dos guerras mundiales.  Escrita en el presente por el nieto del que va a ser el protagonista la acción sucederá en momentos anteriores (prolepsis)  y  acompañada de un tono tragicómico nos narrará lo que en esencia es una historia de amor interrumpida por la guerra pero que perdura hasta la muerte.
 En la primavera de 1918, cuando finalizaba ya la Gran Guerra, Léon, de tan solo diecisiete años y aburrido de sus estudios, abandona el hogar familiar para trabajar de telegrafista en una pequeña aldea normanda llamada Saint-Luc-sur-Marne. Poco antes de llegar, en bicicleta, a su destino, se tropieza en el camino con Louise, quien aparenta más o menos su edad, y de inmediato queda prendado.
“Boca grande y mandíbula delicada. Una bonita sonrisa de dientecitos blancos, con un alegre hueco entre los incisivos superiores. Los ojos… ¿eran verdes? Una blusa blanca a lunares rojos que le habría puesto diez años encima si la falda azul de colegiala no la hubiera vuelto diez más joven. Bonitas piernas, hasta donde había podido juzgar con tamaña fugacidad. Y conducía condenadamente rápido”.
Louise es una joven muy apreciada en Saint Luc, donde trabaja para el alcalde y está encargada de comunicar a los habitantes la muerte de sus hijos, esposos o padres que fueron al frente. Su sincera ternura al encarar esas trágicas situaciones no es, sin embargo, óbice para que su carácter sea el de una joven algo descarada, atrevida y peculiar.
“-¿Me tomas por idiota? Todos los hombres quieren meterse dentro de las bragas de una chica si está sola con ellos en las dunas.
- Cierto –admitió León- pero yo no lo haré.
-¿Ah no? –dijo Louise y rió.
-No. No es lo mismo lo que se quiere que lo que se hace. –León se levantó y se dirigió a su bicicleta-. Además, en Le Tréport no hay dunas.”
Pero esa historia de amor entre los dos jóvenes se interrumpe nada más nacer a causa de un bombardeo de la artillería alemana. Él es herido y le comunican que Louise ha muerto.
Léon prosigue su vida, se casa y tiene varios hijos, sin acabar de ser del todo feliz en su matrimonio. En 1939, al inicio de la II Guerra Mundial, vuelve a encontrar a Louise y se reinicia la relación –infidelidad matrimonial incluida. Y hasta aquí se puede contar.

Alex Capus (Normandía, 1961) es periodista, novelista, antropólogo que escribe en alemán. Con esta novela fue finalista del Deutscher Buchpreis, uno de los premio más importantes de Alemania.