Puede
parecer una buena idea inaugurar una pequeña librería en Hardborough, un pueblo
de la costa este inglesa donde la actividad cultural se reduce a un ciclo anual
de conferencias sobre cuestiones locales que organiza el párroco.
Y puede que la idea aún resulte más atractiva cuando la emprendedora ha
trabajado previamente en una gran librería de Londres y, por tanto, conoce el
negocio.
Todo ello conforma un escenario idílico, pero La librería, de Penelope
Fitzgerald, es cualquier cosa menos bucólica y amable. Su lectura
resulta inquietante desde las primeras páginas y parece que la humedad que todo
lo corroe en Hardborough salta del texto al lector. Algo extraño e inaprensible
flota sobre toda la novela sin que podamos ponerle nombre.
Comencemos por las fuerzas sobrenaturales: Old House, la casa que compra
Florence Green para su librería está habitada por un rapper, nombre con el que los lugareños designan a pequeños
espíritus algo juguetones que acostumbran a alterar la vida cotidiana en los
hogares, y que con sus ruidos y movimientos de muebles atormentará a los
clientes de la librería.
Sigamos con la climatología, que hace de los inviernos un largo paréntesis en
el que la vida del pueblo queda suspendida en medio de un vendaval que azota la
costa y que amenaza con llevarse por delante las pocas infraestructuras que se
han logrado mantener. Los breves meses de verano apenas parecen suficientes
para que el gasto de los turistas que visitan la costa palíen los destrozos.
Tampoco los rayos del sol logran ahuyentar las manchas de humedad y el olor a
moho.
Pero, sin
duda, son los habitantes de Hardborough el mayor obstáculo que deberá superar
Florence en su empeño librero. Y aquí es donde comienzan sus verdaderos
problemas; aunque la mayoría de sus vecinos muestran una frialdad y recelo
difícilmente explicables, la oposición a Florence se articula en torno a Violet
Gamart, verdadera referencia social en el pueblo. Ser invitado a las veladas en
The Stead, su mansión, es la aspiración de quien pretenda ser alguien en el
pueblo. Como todos quienes no tienen otro oficio conocido que el de gastar el
tiempo que su posición económica les ofrece en exceso, pretende tener interés
en mejorar la vida cultural de la comunidad. Pero Florence no encontrará un
apoyo en ella, al contrario; Violet entablará una lucha sin cuartel contra la
pequeña librería, dedicándole toda su inquina y capacidad de intriga para
lograr sus fines.
Y es que el interés de Florence por el negocio literario hace despertar las
ambiciones artísticas de la dama. Ni siquiera el edificio que compra mediante
un costoso crédito logra esquivar la codicia de Violet. Old House es una casa
antigua, en estado casi ruinoso, con mala fama por su activo rapper y con serios problemas de
humedades, pero Violet ha decidido que es la ubicación ideal para un centro
cultural en el que dar pequeños conciertos y conferencias a su gusto.
La determinación de la librera por llevar a buen fin su negocio soñado tendrá
un aliado en la persona de un anciano de porte aristocrático que se alza como
contrapoder en el pueblo frente a The Stead. Aunque el anciano ha perdido gran
parte de su influencia, tomará partido a favor de Florence, cuya librería se
convertirá en el último capítulo de esta lucha casi eterna.
Una vez visto
el escenario que nos describe la autora,
podemos adentrarnos en algunas reflexiones sobre los temas que nos plantea esta
espléndida novela. Violet no recela de las librerías, de la literatura o del
arte en general; sólo de aquello que escapa a su control. Lo que querría es
organizar ella misma los programas y actos que verdaderamente merecen la pena.
En pocas palabras, Violet cree que los habitantes de Hardborough precisan de su
juicio y buen gusto, de verdadera cultura y se prepara para ofrecerla a través
de su propuesta para crear un Centro Cultural. No es de extrañar que la decisión de Florence de poner a la venta la última y
controvertida novela de Vladimir Nabokov, Lolita,
sea la disculpa que esperaba Violet para lanzar su ataque final, porque lo que
no puede tolerar es que alguien ofrezca a los rudos habitantes de Hardborough
la libertad de leer y formarse una opinión de un libro que le disgusta
profundamente, aunque no lo haya leído.
Florence no actúa como una provocadora propagandista, siempre manifiesta que no
es quien para valorar las obras que vende, tan solo es una comerciante que
vende libros, no una crítica literaria. Y esto es lo que Violet denunciará, ya
que envolverse en la moral y en los principios es lo que caracteriza a los
inmorales y faltos de escrúpulos.
Al igual que algunos reyes españoles encerraban en salas reservadas
determinadas pinturas que consideraban podían ser perjudiciales para el común
de los mortales, para así poder gozar tan solo ellos de su contemplación (se
supone que sin menoscabo de su moralidad), hay quienes gustan de ejercer de policías de
la moralidad e incluso del gusto ajeno, reduciendo al público general a una
minoría de edad vergonzante. Por ello no es de extrañar que, en su inmensa
sabiduría literaria, Penelope Fitzgerald haya creado el personaje de Christine
como ayudante a tiempo parcial de Florence. Pese a ser una niña, es plenamente
consciente del papel que desempeña su jefa en el drama cotidiano de
Hardborough. Solo ella asumirá conscientemente el riesgo que supone tomar
partido por el bando equivocado y, al fin, pagar por ello.
Penelope Fitzgerald
No es el único
ejemplo de talento literario que nos ofrece La
librería. Gran parte del texto se construye sobre sutiles diálogos en los
que las palabras y su verdadero sentido se disocian aumentando la impresión de sofocante asfixia,
de claustrofobia, que emana toda la obra. La hipocresía que impregna las
relaciones de los habitantes del pueblo queda magníficamente retratada en el
texto a través de silencios y evasivas que van dibujando el mapa real de
Hardborough.
El ritmo de la narración es otro acierto ya que los episodios se suceden
complicando progresivamente la trama hasta llevarnos a su final inevitable.
La editorial
Impedimenta ha acertado nuevamente al recuperar a esta autora para el
público español presentando la primera traducción a nuestro idioma (a cargo de
Ana Bustelo) de este libro, finalista del Premio Booker.
Aunque Hardborough puede representar la resistencia al cambio y la imposición
de unos criterios morales por parte de unos pocos, lo cierto es que no debemos
juzgar con soberbia a sus habitantes sin antes examinar en cuantas ocasiones
nos hemos creído mejores por nuestras opiniones y gustos, cuántas veces hemos
jugado el papel de Violet Gamart.