lunes, 29 de mayo de 2017

Lo peor de cada casa, de Tom Sharpe

De vez en cuando hay que leer un libro que nos haga reír (o al menos sonreír a los más siesos). Este libro, disparatado e irreverente donde los haya, subversivo, que dinamita los convencionalismos sociales y nos descubre que nadie (por muy alto estatus que ostente) está libre de vicios, nos despliega un desolador panorama de ambición, codicia e inoperancia en la sociedad inglesa inmersa en la era post-thatcherista. La corrupción de los políticos y afines españoles es un mero edulcorante (lo que conocemos) comparada con la que se evidencia en la época inglesa que constituye el marco temporal de este libro. Intrigas semimafiosas entre miembros de la policía y las altas esferas políticas junto con un falso puritanismo y un fanatismo religioso conforman el ambiente en el que se desarrolla la acción del libro. Una locura tras otra que conduce hacia un desenfreno absoluto a partir de la desaparición de un yuppie de buena familia.
El protagonista, Timothy Bright, miembro de la familia Bright, por su apellido, ya que no por méritos propios pues es totalmente inútil, ocupa su sitio en la sociedad entrando a trabajar en la City londinense. De lo tonto que es no hay dudas y nos vamos enterando a lo largo de esta primera parte. La economía del país se hunde y con ella el joven Timothy, que busca refugio en casa de un pariente. Lo que ocurre a partir de ahí es una loca montaña rusa; Timothy termina un viaje alucinante en el condado de Twixt y Tween donde sus aventuras se suceden. Allí encontramos otras muestras de tontos de remate: un cuerpo de policía corrupto, donde tienen a gala las condenas que consiguen preparando pruebas falsas y metiendo en la cárcel a personas inocentes, dirigido por el comisario jefe sir Arnold Gonders nombrado personalmente por la Dama de Hierro, con una particular forma de resolver problemas y tapar escándalos; la familia Midden, restos de los funcionarios del imperio que han vuelto de las “colonias” arruinados pero con las ínfulas de los explotadores, estúpidos y arrogantes. En resumen, como dice el título lo peor de cada casa.

miércoles, 17 de mayo de 2017

La balada del café triste, de Carson McCullers

En la novela breve La balada del café triste se reúnen algunos de los rasgos distintivos de Carson McCullers (EEUU, 1917): la brutalidad con que transforma un escenario convencional, el de un pequeño pueblo sin perspectivas ni oportunidades de ningún tipo, en el espacio para la lucha feroz entre un puñado de personajes desfigurados hasta lo grotesco, que se perseguirán como fantasmas unos a otros en un desencuentro permanente, un asunto habitual en McCullers que ella ya anunciaba con el título de su primera y conocida novela El amor es un corazón solitario.

“El amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante (...) no hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad”, dice, en esta novela cuya originalidad no reside tanto en los temas planteados como en la crudeza del tratamiento de McCullers, sin ambigüedades ni complacencia a la hora de retratar el vacío incorregible en que viven sus personajes. Lo cierto es que la autora, en la escenografía vulgar de un café abierto en un pequeño pueblo presidido por la tosquedad y la falta de comunicación de las atmósferas rurales, propone las atracciones más insospechadas, propias de un teatro de esperpento: Miss Amelia, una solterona volcada en la gestión de la herencia familiar, alta y delgada como un hombre y con hábitos igualmente masculinos, caerá rendida a los dudosos encantos del primo Lymon, un jorobado, enano, buscavidas, sin otra virtud que su labia de tahúr en el café, quien a su vez perseguirá a Marvin Macy, un bello expresidiario famoso por su crueldad, que años atrás a su vez fue marido de Miss Amelia durante apenas diez días, en los que sufrió todo tipo de muestras de desprecio por parte de su mujer.
Da igual, parece decir McCullers, qué virtudes tengan o no los amados, ni tampoco importa su sexo o su belleza ni su posición social, igual que si cualquier pasión fuese una enfermedad aleatoria que naciera en la soledad de cada cual, sin respuestas ni llamadas que lo justifiquen, y contra el que el rechazo, lejos de disuadir, actúa como el veneno más adictivo.
McCullers se recrea en el morbo de la violencia, en el patetismo de sus personajes rebajados por su condición de cazadores frustrados, en ese estigma de nómadas encaprichados de espejismos que los define a todos y cada uno de ellos. Las escenas a las que arroja a sus personajes tampoco presentan complacencia alguna: Miss Amelia y Marvin Macy, que pese a su dureza no dejará de flaquear ante la que fuera su esposa durante poco más de una semana, protagonizarán un combate de boxeo público, mientras que el jorobado Lymon, ajeno a las insólitas atenciones de Miss Amelia, se arrastrará detrás del presidiario pese a que este le trate con el desprecio de una mascota.
El café en que estos tres personajes se entrelazan entre la multitud vulgar del pueblo, y cuyo breve esplendor es impulsado por la aparición del primo Lymon, hasta el regreso de Marvin Macy tras una de sus ocasionales estancias en la cárcel, acabará cerrado, convertido ya en adelante en el café triste, con sus ventanas selladas y sus lámparas sin luz: reducido a una bancarrota idéntica a las historias frustradas que podrían haberles unido a ellos tres, arrojados cada cual en adelante a un desierto sin solución, igual que si sus destinos tuvieran el trazado de  vías muertas de una línea de ferrocarril inacabada.
Al cabo de los años, en el caserón en que estuvo instalado el café, sólo quedará Miss Amelia: un personaje tan desvaído que nadie sabe ya si está viva o si es es pura leyenda, apenas asomada a la ventana alguna tarde, buscando en los espejos rastros de su juventud perdida.
Pese a la brutalidad de sus historias no hay en McCullers, en cambio, muestra alguna de amargura, ni lamentos ni quejas ni tampoco desesperanza: acepta la condición de las cosas como son, sí, como si debiéramos estar preparados todos para la caza nocturna en un bosque, aunque en esa batida el cazador acabe siempre con sus propias flechas clavadas en la espalda y el pecho atravesado por los navajazos de la que iba a ser su presa. Nunca se entrevé ni desaliento ni tristeza en sus libros: al contrario, McCullers no parece medir a sus personajes por los trofeos que acumulan a la espalda, sino por la cantidad de zarpazos recibidos, igual que si esa fuera la única forma de saber acerca de su valía.
McCullers, una autora norteamericana imprescindible pese a que por su muerte prematura y las enfermedades que sufrió no pudo desarrollar una obra del todo extensa, cuenta con un talento muy personal, lúcido y salvaje, que brilla en cada página, con personajes siempre desfigurados por el vacío y el deseo. 
Fuente:   Javier Serena

jueves, 4 de mayo de 2017

El desafío de las damas, de Almudena de Arteaga



Almudena de Arteaga es una historiadora y abogada que destaca como escritora de novelas históricas. Junto al libro que hoy comentamos señalamos otros títulos  tales como : Eugenia de Montijo; La vida privada del emperador; La Beltraneja, el pecado oculto de Isabel la Católica; Catalina de Aragón, Reina de Inglaterra; Bodas imperiales; Estúpida como la luna; María de Molina. Tres coronas medievales (ganadora del Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2004); La esclava de marfilLeonor. Ha nacido una reina (coescrito con Nieves Herrero); Beatriz Galindo, La Latina (Premio Algaba 2007); El marqués de Santillana y Ángeles custodios. También es una activa conferenciante y colabora con diferentes medios de información.
El desafío de las damas narra la vida y muerte del valido Conde Duque de Olivares y su influencia en el reinado de Felipe IV. Recrea  el Madrid de los años 1621 (con la muerte de Felipe III, que da pie a la trama) hasta 1645, cuando muere el Conde Duque de Olivares, lo que es el objetivo de todo el argumento. Entre esas dos fechas, un grupo de seis mujeres, de la más diversa extracción social, se confabulan para acabar con la vida del famoso valido. Un personaje del que Arteaga aseguró que "fue un buen gobernante, como me han reprochado algunos historiadores, progresista en sus iniciativas, pero que en esta novela no sale nada bien parado". Y no solo por su anunciado final, sino por las conspiraciones y crímenes que le hacen ganarse el odio de las seis conspiradoras.